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viernes, 26 de octubre de 2007

No hay retorno

En la estación Moneda, el viejito iba sentado. Se veía aburrido, mirando para todos lados, como buscando una escena entretenida para olvidar la monotonía del viaje, cual niño en reunión de adultos.
De pronto, parece acordarse de algo y mete la mano en el bolsillo de su chaquetón de cotelé para extraer un personal stereo. Me sorprendí, ya que entre celulares y reproductores digitales esas máquinas ya están prácticamente extintas. Miré como se ponía los audífonos, percatándome de unas graciosas arrugas que tenía delante de las orejas, para luego ver que trataba de sintonizar alguna estación de radio.
La radio no funciona en el metro, pero al parecer, él no lo sabía.
Me dio pena, e incluso le encontré un parecido inventado a mi propio abuelito. Me dieron ganas de conversarle, de decirle que deberían inventar algún sistema para escuchar radio en el metro, de que la música envasada o digitalizada no se podía comparar a encontrar una de las canciones que a uno tanto le gustaban en una radio cualquiera, pero no lo hice.
Derrotado, volvió a guardar su personal en el bolsillo, con una expresión de aburrimiento no como la anterior, sino una más cansada. Se cerraron las puertas y el tren continuó su rutinario viaje a la siguente estación.
No me acuerdo si iba a Los Héroes o a Universidad de Chile, lo que si sé es que luego me bajé y luego de unos minutos me olvidé de él.
Hoy escuchando música me acordé. Pensé que si él tuviera un reproductor de mp3 podría escuchar su música o grabar sus programas de radio y escucharlos como podcast, o que quizás le serviría más un discman.
Sin embargo, creo que él estaría más contento con un nuevo par de pilas.